El decrecentismo es una corriente política y económica que cada vez está cogiendo más peso en la sociedad actual. Dicho pensamiento se basa en que la Tierra ya ha superado su “capacidad de carga”, es decir, que el planeta ha alcanzado el tamaño máximo de población que puede soportar de manera sostenible con los recursos finitos.
Según los decrecentistas, para evitar el colapso civilizacional, el capitalismo voraz debe ser reemplazado por un nuevo sistema socioeconómico basado en el equilibrio y la armonía entre la humanidad y la naturaleza. Sin embargo, para evitar este colapso, apuestan por un mundo donde se consuma menos energía, no uno donde se transicione a un entorno de energía libre de carbono. ¿Paradójico verdad?.
Quizá su objetivo esconda algo más peligroso oscuro como aumentar la dependencia de la sociedad para justificar mayor intervención y control central. De hecho, uno de sus argumentos más repetidos es que "el crecimiento económico y el PIB per cápita no tienen por qué traer felicidad y bienestar". Puntualizan que el PIB per cápita también incluye la fabricación de armas, la publicidad engañosa, la industria financiera, las bolsas de plástico, la deforestación de bosques, el tabaco, alcohol y muchas otras cosas de poco o ningún valor para el ser humano.
Tratar de empeorar los estándares de vida de las personas con estos argumentos parece surrealista, pero es la triste realidad que azota a parte del mundo y especialmente a Europa. ¿Desde cuando hemos comprado que para descarbonizar la economía tenemos que empobrecernos?
La buena noticia es que los decrecentistas (más asociados a movimientos de izquierda) están en horas bajas. La pandemia de Covid-19 mostró la poca tolerancia que tiene la humanidad por la escasez.
De hecho, a día de hoy, la mayor parte de las emisiones del planeta proceden de Asia (China e India fundamentalmente). Muchos de estos países están desarrollándose con gran parte de su población saliendo de la pobreza gracias, en parte, al uso de energía fósiles baratas.
Pocas críticas se ven hacia el uso de energía fósil para países emergentes, pero sí para países ya desarrollados. Es decir, para salir de la miseria está bien, pero para sostener y mejorar los estándares de vida de países ya estables, no.
Es tan hipócrita la corriente, que no se dan cuenta que para conseguir avances importantes a través del decrecimiento económico, China, India, Vietman, Indonesia y muchos otros países en vías de desarrollo tendrían que retornar a la absoluta pobreza.
Con suerte, estas políticas irán perdiendo peso. Salvo España y Alemania, casi todos los demás países están reiniciando plantas nucleares, manteniendo las existentes abiertas y construyendo nuevas. El miedo a desabastecimientos y el auge nuevos sectores como la Inteligencia Artificial, están renovando el interés en la energía nuclear.
ConclusiónEn definintiva, argumentar en contra del crecimiento es argumentar contra algo que está en nuestro núcleo. El mundo sigue necesitando más crecimiento económico y progreso tecnológico para abordar desafíos globales como la pobreza, la falta de energía limpia o hasta que enfermedades como el cáncer sean un recuerdo del pasado.
El problema es que muchos gobiernos han sido infectados por estas corrientes ideológicas. La energía nunca debería ser politizada y Europa, por desgracia, lleva la delantera en este sentido. Un nuevo signo de que el viejo continente está en plena decadencia.