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Opinión
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Jose Basagoiti

Desinflando el mito de la deflación

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El temor a la deflación sirve como justificación teórica para cada acción inflacionaria tomada por la Reserva Federal y los bancos centrales alrededor del mundo. Es por eso que la Reserva Federal apunta a una tasa de inflación de precios del 2 por ciento, y no del 0 por ciento. En gran parte, es por eso que la Reserva Federal y el Tesoro han más que cuadruplicado la oferta monetaria desde agosto de 2008. Y es, notablemente, un gran mito, ya que la deflación no es en ningún caso más peligrosa que la inflación.

La deflación es temida no solo por los seguidores de Milton Friedman (aquellos de la llamada Escuela Monetarista o de Chicago), sino también por los economistas keynesianos. El destacado keynesiano Paul Krugman, en un artículo de 2010 en el New York Times titulado "Por qué la deflación es mala", citó la deflación como la causa de la caída de la demanda agregada, ya que "cuando la gente espera que los precios caigan, se vuelve menos dispuesta a gastar y, en particular, menos dispuesta a pedir prestado". El absurdo miedo al ahorro del que adolece una gran parte de la academia económica.

Presumiblemente, Krugman cree que este retraso en el gasto dura para siempre. Pero sabemos por experiencia que, incluso ante la caída de los precios, los individuos y las empresas aún, en algún momento, comprarán el bien o servicio en cuestión. El consumo no puede posponerse para siempre. Vemos esto todos los días en la industria de computadoras/electrónica: el valor de usar un iPhone durante los próximos seis meses vale más que el ahorro al retrasar su compra.

Otro argumento común en la difamación de la deflación concierne a las ganancias. Con la caída de los precios, ¿Cómo pueden las empresas obtener ganancias si los márgenes de beneficio se reducen? Pero los márgenes de beneficio, por definición, resultan tanto de los precios de venta como de los costos. Si los costos —que después de todo son precios en sí mismos— también caen en la misma magnitud (y no hay razón para que no lo hagan), las ganancias no se ven afectadas. Este argumento, de todas formas, es igual que con la inflación. Las empresas que pueden pasar el aumento de costes al precio final tampoco se ven afectadas.

El único elemento descoordinador, desde mi punto de vista, es la rigidez de precios. Hay precios como salarios, alquileres o tipos de interés que se firman a largo plazo y, por tanto, no se pueden ajustar a la baja como otros que si son flexibles. Por lo tanto, no todos los precios bajarán a la vez, dejando ganadores y perdedores en el tejido productivo. Pero esa descoordinación es exactamente la misma que sucede con la inflación.

Evidentemente todos estamos de acuerdo que el escenario óptimo es la "estabilidad de precios", pero hay que desmitificar ese miedo a la deflación, porque no es peor que una inflación que siempre nos han vendido como "positiva".

De hecho, la experiencia económica estadounidense durante el siglo XIX es muy reveladora. Dos veces, mientras experimentaba un crecimiento económico sostenido y significativo, la economía estadounidense "soportó" períodos deflacionarios del 50 por ciento.

En este ARTÍCULO hablamos también de la japonización y su deflación expansiva.

El único episodio en el que encontramos evidencia de un vínculo entre deflación y recesión es la Gran Depresión (1929-34). No encontramos prácticamente ningún otro ejemplo en la historia moderna. Lo que es sorprendente es que casi el 90% de los episodios con deflación no tuvieron depresión. En un contexto histórico amplio, más allá de la Gran Depresión, la noción de que la deflación y la depresión están vinculadas prácticamente desaparece".

Si la deflación no causa recesiones (o depresiones como se conocían antes de la Segunda Guerra Mundial), ¿Qué lo hace? ¿Y por qué fue tan prominente durante la Gran Depresión? Según los economistas de la Escuela Austriaca de economía, las recesiones comparten la misma fuente: la inflación artificial de la oferta monetaria y la descoordinación de ahorro e inversión. La subsiguiente "mala inversión" causada por las tasas de interés artificialmente bajas se revela cuando las tasas de interés vuelven a su nivel natural determinado por la oferta y la demanda de ahorros.

Pero los banqueros centrales de hoy no comparten esta creencia:

En 2002, Ben Bernanke opinó que "la deflación sostenida puede ser altamente destructiva para una economía moderna y debe ser fuertemente resistida". La actual presidenta de la Reserva Federal, Janet Yellen, comparte sus preocupaciones: "... es concebible que esta inflación muy baja podría convertirse en deflación absoluta. Peor aún, si la deflación se intensificara, podríamos encontrarnos en una espiral devastadora en la que los precios caen a un ritmo cada vez más rápido y la actividad económica se hunde cada vez más".

Ahora, desvinculados de cualquier restricción del patrón oro y cargados con una deuda gubernamental masiva, en cualquier posible escenario que enfrente el espectro de la deflación contra los estragos de la inflación, los sesgos y fobias de los banqueros centrales elegirán lo último.

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