En el hotel de la pequeña localidad de Bretton Woods, los representantes de 44 países se reunieron a finales de 1944 para establecer las bases de un nuevo orden económico y monetario mundial. En un contexto de posguerra, cuando ya se vislumbraban los ganadores y perdedores de la Segunda Guerra Mundial, Keynes, uno de los economistas más influyentes de la época, tomó la palabra para proponer la creación de la International Clearing Union.
Esta institución respaldaría una moneda internacional denominada “bancor”, la cual se sustentaría en las divisas más fuertes del momento. Cada país podría cambiar su moneda por “bancores”, y el sistema incentivaría el equilibrio fiscal mediante multas a aquellos países con déficits elevados.
Era, por tanto, un sistema de tipo de cambio fijo, pero con Derechos Especiales de Giro del FMI (bancores) y con compromiso de las economías superavitarias de llevar su superávit a 0, y de las deficitarias de llevar su déficit a 0. Así que era híbrido entre un sistema mercancía y uno fiduciario, pues sí se acumularían Reservas Internacionales (saldos positivos o negativos en el FMI a través de los bancores), pero no en divisas FIAT ni de forma creciente. Superavitarios aumentarían gasto fiscal y deficitarios lo reducirían.
En mi opinión, era un régimen de compromisos pro pleno empleo poco creíble. Sin embargo, el claro objetivo era lograr una mayor justicia económica global, permitiendo que las naciones más desarrolladas apoyaran a las más pobres para estimular la demanda mundial y facilitar la recuperación económica posguerra. La visión de Keynes, aunque con matices, anticipaba en cierto modo el diseño de la Unión Europea y el euro.
Sin embargo, Keynes se enfrentaba a un problema: su propuesta provenía de Gran Bretaña, un país endeudado con Estados Unidos, cuyo apoyo había sido fundamental para el esfuerzo bélico. En ese contexto, Carl Bernstein, del Departamento del Tesoro de Estados Unidos, presentó un plan alternativo, en el cual el dólar se establecería como la moneda de referencia global. Respaldado por el oro (a razón de una onza por 35 dólares), el dólar se convertiría en el centro de un sistema monetario donde otras monedas tendrían un cambio fijo respecto a él.
Para implementar este nuevo sistema, se crearon el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial, encargados de promover la cooperación económica y el desarrollo. Estados Unidos, como el principal contribuyente de fondos, mantendría una influencia considerable en estas instituciones.
Así nació el patrón ORO-DÓLAR.
Durante las primeras décadas, el sistema funcionó eficazmente, permitiendo a EEUU consolidarse como líder financiero mundial. El Plan Marshall permitió a Europa recuperarse mediante la compra de productos estadounidenses, facilitando una era de crecimiento y estabilidad en Occidente.
No obstante, en los años setenta, Estados Unidos se vio ante un problema: había más dólares en circulación que reservas de oro. El presidente de Francia, Charles de Gaulle, fue uno de los primeros en alertarlo. La emisión de deuda en dólares para financiar la Guerra de Vietnam y otros gastos había sobrepasado las reservas. En respuesta, en 1971, el presidente Richard Nixon puso fin a la convertibilidad del dólar en oro, eliminando el sistema de tipo de cambio fijo y dando paso a una era de cambios flotantes.
Así nació el patrón eurodollar.
Un sistema donde el dólar, sin ningún tipo de respaldo, más allá de la confianza en EEUU y su capacidad de monetizar impuestos, se erigió como el centro de todo el sistema de financiación. Un sistema donde la deuda (deuda = liquidez) sólo puede ser exponencial y donde los gobiernos tienen el monopolio absoluto de la moneda y, por tanto, de la inflación como sistema de recaudación.