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Álvaro Basagoiti

Europa, los vasallos de Estados Unidos

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Estados Unidos enfrenta enormes problemas económicos tras la pandemia de COVID-19, que dejó una economía debilitada, una inflación elevada y una creciente presión por parte de competidores globales como China y Rusia.

China, con su capacidad de producir bienes a bajo costo, domina el comercio global, mientras que Rusia ofrece recursos energéticos a precios significativamente más competitivos que los de EE. UU. Esto representa un desafío para Washington, que no puede competir directamente en estos sectores clave.

Sin embargo, cuenta con una herramienta estratégica: su influencia sobre Europa, históricamente aliada y dependiente.

En 2022, el comercio de China y Rusia con la Unión Europea superaba significativamente al de Estados Unidos, reflejando la competitividad de ambos países en recursos y bienes manufacturados. Sin embargo, a raíz de sanciones, reconfiguraciones geopolíticas y presiones económicas, para 2024 Estados Unidos había logrado desplazar a ambos en el comercio con Europa. Esto se ha traducido en un incremento del comercio transatlántico, pero a un alto costo para los europeos, que ahora pagan más caro tanto los bienes como los recursos provenientes de Estados Unidos.

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Además, las sanciones económicas impuestas a Rusia y las crecientes tensiones con China han forzado a la UE a reorientar su comercio hacia socios más seguros políticamente, aunque más costosos económicamente.

Mientras tanto, EE. UU. se beneficia de la venta de gas natural licuado (LNG) y otros productos a precios elevados, lo que ayuda a aliviar algunos de sus problemas económicos internos. Sin embargo, esta dependencia económica está debilitando la competitividad de la industria europea, que lucha por mantenerse a flote con costos de energía y materias primas en aumento.

El hecho de que los bienes y recursos estadounidenses sean más caros y esto perjudique gravemente a la economía europea parece ser un daño colateral que Washington está dispuesto a aceptar para mantener su hegemonía. La pregunta ahora es cuánto tiempo podrán los europeos sostener esta estrategia sin buscar alternativas más equilibradas.

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